Operación MasacrE: hay un editor que escribe

-fragMentos- (1)
Por SebasTiáN HeRnaiz

Soy lento, he tardado quince años en pasar del mero nacionalismo a la
izquierda; lustros en aprender a armar un cuento, a sentir la respiración
dE un texto; sé que me falta mucho para poder decir instantáneamente lo que
quiero, en su forma óptima; pienso que la literatura es, entre otras cosas, un avance
laborioso a través de la propia estupidez
Rodolfo WaLsh
“Nota autobiográfica”, 1965

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CoMunidad y lecturA

Rodolfo Walsh no escribió Operación Masacre. Miro mi libro, lo leo, releo, y no hay dudas: Rodolfo Walsh no escribió este libro. Lo empezó a escribir, sí, y estableció parámetros para lo que fue su más original invención, y una de sus mejores obras, pero Rodolfo Walsh no escribió Operación Masacre. Una de sus mejores obras, decimos, sí, porque además de iniciar Operación Masacre, Rodolfo Walsh escribió los relatos Esa mujer, Nota al pie, Fotos y El 37, textos imprescindibles para quien entienda a la literatura argentina como un modo de participar efectivamente del mundo material que, entre lazos sociales, comunidades posibles, alienación, esquinas porteñas, islas del Tigre, historia, política y estados de la imaginación, se conjuga en eso que llamamos formas de convivir. Pero además de esos relatos rotundos, entonces, Rodolfo Walsh inició, sí, pero no escribió la Operación Masacre que hoy se lee. Para pensar hoy este libro, hay que partir de esa constatación.

Es famosa, célebre ya, la pregunta que resuena en Respiración artificial:
“¿Quién de nosotros escribirá el Facundo?”.
Sería fácil, o facilista, comenzar una lectura de Operación Masacre parafraseándola: ¿Quién de nosotros escribirá Operación Masacre? Pero nos interesa, en realidad, una pregunta tal vez previa, más urgente: nos interesa preguntarnos qué Operación Masacre lee cada uno de nosotros. O mejor, aunque perdiendo del todo la cadencia de la reescritura de la frase célebre, nos interesa pensar qué determinaciones hay en la forma en que leemos Operación Masacre; qué comunidades, qué identidades colectivas están implicadas en esas formas determinadas de la lectura. ¿En cuánto estas determinaciones orientan la lecturas, las interpretaciones posibles?

De Marx y Susan Sontag a esta parte, la interpretación se ha ganado su mala fama. Sin embargo, si bien en cierto contexto la línea contra la interpretación tiene -o tuvo- su potencia, más productivo nos es pensar en la línea que podemos sintetizar en las palabras con las que Eduardo Grüner sintetiza una fuerte tradición de la sociología de la cultura, y en las que postula una defensa de la interpretación como práctica política:

“¿Qué significa todo esto –se pregunta Grüner- sino que la cultura, para bien o para mal, no consiste en otra cosa que en el combate de las interpretaciones? Es un campo de poder en el cual lo que se dirime es, en última instancia, el sentido de la constitución de las identidades colectivas"1.

Pensar, entonces, la historia de estas determinaciones, pensar las determinaciones que hoy orientan nuestras lecturas, nuestras prácticas, el modo en que construimos sentidos para el mundo, pensar qué identidades colectivas sostienen las distintas determinaciones, pensar eso es nuestra urgencia.


Definir, anclar a Operación Masacre en algún género, en alguna categoría textual, embocarle un epíteto o adjuntarle una adjetivación fija pareciera ser uno de los embates siempre frustrados de la crítica literaria.
Tal vez ahí resida, precisamente, una evidencia de lo potente de Operación Masacre: en su potencia de fuga de las definiciones estancas, nos propone y exige a los lectores siempre nuevas experiencias. Por eso, también, los textos que al intentar abordar la obra más se acercan a una adjetivación que no es impostación o aparateo son aquellos que la reconocen por esa potencia de incapturable que tiene: Jorge Lafforgue al pensar en textos híbridos, de cuya escritura surge algo nuevo, inédito, no fácil de digerir2, o Bárbara Crespo al pensar a Operación Masacre como un texto abierto, un texto que continúa3. Trabajos estos que parecen dar más cuenta de la posibilidad de hacer lecturas sin anclar al texto en categorías preconcebidas que dar cuenta de algún posible ensasillamiento.

Texto indefinible –o que no nos interesa anclar en una definición, al menos-, Operación Masacre tiene, sin embargo, siempre alguna forma de ser leído postulada en sus propias páginas. Y la característica particular de Operación Masacre es que, a lo largo de sus distintas ediciones y reediciones, esta forma de ser leído postulada en sus propias páginas ha ido variando sensiblemente, siempre en una activa relación con su presente de reedición. Desde su primera edición, aquella de 1957, hasta la última que puso en circulación Ediciones de la Flor: la trigésima segunda edición, del mes de octubre del 2006.

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1972, cuarta edición: el libro, la película, el juicio histórico y el sentido definitivo

En 1972 se hace circular clandestinamente la película Operación Masacre, que, también clandestinamente, se filmó durante 1971. Walsh figura como autor del “Libro” de la película y como guionista junto al director, pero la película no es –nunca lo son- una puesta en film del libro. La película es una nueva reescritura del libro, una nueva organización de su forma de significar, como el mismo Walsh reconoce y hace reconocer en la edición de 1972 de Operación Masacre, donde cambia nuevamente el paratexto que organiza el sentido del texto enmarcado y escribe: “La película tiene un texto que no figura en el libro original. Lo incluyo en esta edición porque entiendo que completa el libro y le da su sentido último” (“Apéndice: ´Operación´ en Cine”, 1972).

La película toma al libro de Walsh como un documento histórico, y lo ubica al nivel de material de archivo. Imágenes que son transposición al lenguaje fílmico del libro aparecen en la película equiparadas al archivo de imágenes filmadas en vivo en levantamientos populares y movilizaciones reprimidas. Walsh, a su vez, participa en la filmación de la película, y –dice en el “Apéndice” que agrega en el libro- junto a Jorge Cedrón y Julio Troxler deciden “que el film no debía limitarse a los hechos allí narrados” (“´Operación´ en Cine”, 1972) Ya adelantaba Walsh, entonces, la necesidad de este movimiento que resignificara al texto enmarcado, que por su proyecto original se encontraba limitado:

Una de mis preocupaciones, al descubrir y relatar esta matanza cuando sus ejecutores aún estaban en el poder, fue mantenerla separada, en lo posible, de otros fusilamientos cuyas víctimas fueron en su mayoría militares (...) Ese método me obligaba a renunciar al encuadre histórico, en beneficio del alegato particular (“Epílogo”, 1972)

Nueva escritura, entonces, nuevo encuadre, nueva interpretación, nuevos significados, nuevos interlocutores, nuevas preguntas. La resignificación de conceptos claves de la primer edición, como ser democracia, justicia, violencia, o reparación, encuentran en esta edición una nueva perspectiva a la luz de los hechos históricos que se suceden.

Un importante agregado de 1972 será el capítulo “Aramburu y el juicio histórico”. Anotado con número de capítulo como uno más de la serie, éste sobresale por sus páginas de homogénea tipografía itálica. El secuestro y posterior fusilamiento de Aramburu a manos de un comando montonero se suma a los hechos que el libro debe explicar desde la perspectiva de la lectura de la lucha de clases en la Argentina. En este nuevo texto que se incluye, se postulan modos de entender la historia, la justicia y la violencia que resignifican al texto que enmarca este paratexto, ejemplo histórico, por un lado, filosofía de la historia por otro:

Aramburu estaba obligado a fusilar y proscribir del mismo modo que sus sucesores se vieron forzados a torturar y asesinar por el simple hecho de que representan a una minoría usurpadora que sólo mediante el engaño y la violencia consigue mantenerse en el poder. La matanza de junio ejemplifica pero no agota la perversidad de ese régimen. (“Aramburu y el juicio histórico”, 1972)

Un nuevo paratexto, entonces, resignifica al texto enmarcado, organiza nuevas formas de significar y de relacionarse con su presente. Un nuevo paratexto, entonces, que incorpora, a los sucesos de los que da cuenta la historia de 1957, nuevos hechos del presente: como ya había sido antes incluido el modo en que las ediciones anteriores de Operación Masacre circulaban, el modo de circulación de la película que se hace a partir del libro -aunque ampliándolo-, o de hechos contemporáneos como el fusilamiento de Aramburu, o, en la
edición siguiente, la misma dictadura que muerte a
Walsh.

[1] Por razones de espacio, los siguientes son sólo dos fragmentos del texto Operación Masacre: hay un editor que escribe, premiado en el concurso "50 años de Operación Masacre", organizado por la Biblioteca Nacional en el 2007. Para leer el texto completo, comunicarse con la revista Desordenes.

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